Cuando los niños son chicos cada cosa nueva que hacen es una pequeña maravilla que impresiona a quienes los rodean; es particularmente especial cuando empiezan a lograr comunicarse y armar frases elaboradas, y es una suerte que los adultos podamos ser testigos de ese proceso. Los adultos más mateos incluso lo documentan a través de videos o anotaciones en cuadernos.
Pero el proceso de aprender a leer y escribir siempre me ha parecido que no tiene un registro tan elocuente; lo habitual es aprenderlo en el colegio, en clases, por lo que los adultos que no somos profesores de primero básico vemos sólo los efectos de ese aprendizaje (lo cual también es maravilloso) y no tanto del proceso.
Los niños que aprenden a leer son concientes de todos los pasos y de la felicidad de sus logros (poder leer los carteles de la calle, por poner sólo un ejemplo), pero como son chicos, son pocos los que logran recordar algo al respecto cuando grandes.
Yo, por ejemplo, no tengo recuerdos de no haber sabido leer ni del proceso que me llevó a poder escribir mis primeras palabras. Me acuerdo de mis cambios de letra durante el tiempo, pero no conservo nada sobre la sensación que me debe haber provocado esta nueva capacidad adquirida por ahí por los 6 años.
Por eso cuando supe de una película llamada Las Analfabetas, lo primero que pensé fue en lo lindo que me parecía poder presenciar alguna vez el proceso de aprender a leer y escribir -aunque fuera en el cine-, y el gran significado y cambio en la vida que empieza a partir de ese momento. En la vida real, con lo único que se me ocurre compararlo es con aprender otro idioma y, en realidad, con cualquier otro tipo de aprendizaje que nos cambia la vida.
Foto: película Las Analfabetas
Yo tampoco me acuerdo del proceso, pero lo quiero vivenciar al ser quien enseña a escribir y leer, y como pronto me titularé de profesora de Lenguaje, podré tener esa experiencia. Debe ser maravilloso poder descubrir ese tipo de cosas, a pesar de que los recuerdos de antaño borraron precisamente en los que dejé de ser analfabeta 🙁
Yo de hecho sí me acuerdo del momento en que aprendí a leer. Me acuerdo que estaba sentada en la mesa del comedor, donde solía hacer las tareas y que pronuncié las letras y las juntaba y al darme cuenta que estos sonidos formaban una palabra, pensé: “¿Y así de fácil es?” Me pareció algo casi mágico, porque de un día a otro todos estos raros signos que había mirado antes sin entender y que ocultaban cuentos fascinantes, ahora de repente estaban a mi alcance. Ya no necesitaba esperar pacientemente para que alguien me los leyera, sino que ahora estaba autónoma y los podía leer yo misma. Fue así que me convertí pronto en una lectora compulsiva. Primero, leía todos los libros de cuentos infantiles que tenían en mi colegio, luego releía los míos y si no podía pillar otra cosa, leía los libros de mis papás, aunque no entendía bien de que trataban. Prefería leer cosas fomes que no tener nada para leer. Cuando mi mamá me quería leer un cuento, yo insistía en que yo se lo quería leer a ella. Cuando me regalaban un nuevo libro, lo devoré de una, leyéndolo muchas veces disimuladamente debajo de la frazada cuando ya era hora de dormir.
Yo estoy aprendiendo un nuevo idioma, fuera de Chile y tengo compañeros que están aprendiendo nuestros caracteres latinos (?), porque ellos tienen alfabetos distintos y los veo y hago esta misma reflexión de aprender a leer nuevamente y es re heavy ver ese proceso, admirable realmente.