Por @lalalita
Los últimos tres meses han sido un viaje por el universo infinito de Mon Laferte, quien generosamente nos ha abierto las puertas para sumergirnos en él.
Recuerdo perfectamente cuando, a fines de 2018, se lanzó el disco Norma de Mon Laferte. Posiblemente iba camino al trabajo o de vuelta a mi casa, escuchando el disco desde la primera a la última canción, en orden. Cuando llegué a Funeral, se me cayeron las lágrimas. Entonces, en mi vida se fraguaba el propio funeral de una larga relación cuyo fin presencié sentada en primera fila hasta que, meses después, se materializó. Ese disco en particular me remeció porque me acompañó en el duelo del amor, que había sido un viaje muy similar al que relata en cada una de esas canciones, también así, en orden.
Comienzo este texto con este recuerdo personal porque la música es precisamente eso, el marcador de las páginas de lo que nos va pasando, la banda sonora de un quiebre, de un flechazo, de un viaje, de una amistad, y este año, 2023, ha sido un año para celebrar a la compositora e intérprete de la banda sonora de muchísimas más que, como yo, coreamos con pena, con nostalgia o con amor, pero siempre con el corazón apretado y la garganta a punto de romperse.
Con respecto a Mon Laferte y su vida en México se han dicho muchas cosas, pero me quedo con una: qué poco hemos cuidado y querido a nuestras propias artistas. Y aunque esa sensación haya permanecido en el aire por años, siento que hoy, al fin, hubo un quiebre de la mano de una serie de actividades organizadas al alero de Santiago a Mil que, a mi juicio, vinieron a poner las cosas un poco más en orden.
Primer acto. El reencuentro.
El 3 de noviembre de 2022, Mon Laferte regresaba a Chile después de tres años para dar un nuevo concierto en el Movistar Arena repleto. Llegó con su tour mundial que la tuvo girando desde junio por Estados Unidos, México, Europa, para regresar a Latinoamérica y hacer una fecha de reencuentro con sus fans que fue todo lo que podríamos esperar: un repaso por sus ya clásicos, pero también canciones de sus dos discos lanzados en pandemia: Seis y 1940 Carmen (cuyas historias merecerían un post aparte).
Más allá de lo que fue ese concierto –que constó de varias partes, cambios de vestuario y puesta en escena, sonando siempre impecable, intensa y potente– me quedo con el amor de sus fans: llenaron el arena de papeles de colores, con cintas para poner en la linterna del celular y acompañar ciertas canciones y un instructivo. Butaca por butaca, en todas las localidades. Al final, todas levantamos la hojita de color, mientras Mon lloraba con Primaveral de fondo. En ese concierto, además, cantó con Miriam Hernández –el crossover que no sabíamos que necesitábamos– y el Macha.
Segundo acto. Los monstruos.
Santiago a mil se la jugó este año con una serie de actividades que tenían a Mon como invitada principal. La primera: un mural en el Estadio Nacional en el contexto de la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado, junto a Alejandro ‘Mono’ González –muralista y miembro histórico de la Brigada Ramona Parra–, que ya fue inaugurado pero que podrá visitarse en septiembre. Luego, la exposición Te amo, Mon Laferte visual, en el GAM [gratis, hasta el 12 de febrero], en la que despliega otro de sus talentos: las artes visuales.
La muestra la conforman fragmentos de su biografía, dibujos, pinturas de pequeño y gran formato, una instalación sonora, algunos de sus vestidos icónicos (el vestido rojo con el que se presentó por primera vez en el Festival de Viña, el vestido rojo de su última gira, el vestido de novia que usa en el Tiny Desk y el de mariachi con el que asistió a los Latin Grammy en 2021, bordado a mano por artistas mexicanos), poemas y los monstruos gigantes.
Esos monstruos son ya conocidos por acompañarla en el concierto Sola con mis monstruos que realiza en formato acústico –y que también realizó en Chile, ya voy para allá–. La muestra, así, reúne gran parte del universo y del imaginario de Mon Laferte, mostrándola como una artista versátil, tremendamente creativa, expresiva y sensible, que nos comparte algunas de sus vivencias en aeropuertos y hoteles, así como también las ambivalencias de la maternidad.
Tercer acto. Tejiendo redes de mujeres.
“Desde el cerro y con sus penas
Son doscientas las que ruegan
Sus pequeñas ventanitas
Lloran y hacen una rueda”
– Se va la vida.
Una de las cosas que me llamaron la atención de la muestra fueron algunos retratos de mujeres privadas de libertad, que Mon conoció en cárceles de Valparaíso y México. Esto es parte del trabajo que ella ha realizado a través de talleres de artes en distintas cárceles. Recuerdo que, en el conversatorio que hizo en la sala CEINA a principios de enero, contó que ella podía verse reflejada en muchas de las mujeres que están en las cárceles, compartiendo historias de vida similares que, por cosas del azar, tomaron rumbos distintos.
De esa experiencia nace también la canción Se va la vida, que finaliza con la colaboración de las Mujeres del Viento Florido. La primera vez que escuché esta canción, no lograba encontrar dónde estaban las mujeres del viento florido que aparecía en el detalle de los créditos, hasta que llegué al final y se me erizó la piel al escuchar esa banda de vientos tocando con tanta tristeza y nostalgia.
Ese fue el inicio de una colaboración estrecha y amorosa que las trajo al Festival de Olmué en la noche de inauguración y que nos dejó a muchas con el corazón hinchado. Mon ha contado que conoció a esta agrupación de casualidad, y que pidió el contacto para conocerlas más. Esta banda oaxaqueña, que tiene alrededor de 15 años de historia, reúne a niñas, jóvenes y adultas, en un contexto en el que las mujeres tenían prohibido ser parte de estas bandas. Así, la maestra Leticia Gallardo, decidió cambiar la historia y crear su propia banda. Ayer, en el concierto en Olmué, adelantaron que el próximo concierto juntas –este era el primero– será en Nueva York.
Y no quiero cerrar este repaso por los últimos meses de actividad de una de mis cantantes preferidas sin hablar del concierto en la Quinta Vergara. El Sola con mis monstruos es un concierto que nunca había hecho en Chile. La versión anterior la hizo en el Walt Disney Concert Hall, de Los Ángeles, esta vez acompañada de un cuarteto de cuerdas (conformado solo por mujeres), con los arreglos de Manu Jalil.
En algún post en Instagram contó que había llorado mucho en ese concierto, sorprendida por la belleza del trabajo que hizo Jalil junto a las músicas. En Chile, replicó este formato con el Cuarto Austral (Javaxa Flores, violín; Jessica Carrasco, violín; Isabel Flores, viola; Valentina del Canto, violoncello), a quienes tuve la fortuna de ver en vivo en dos oportunidades, tocando junto a Camilo Salas, con los arreglos de Marcelo Wilson, demostrando lo talentosas que son. “Hoy vamos a llorar”, dijo Mon esa tibia noche en Viña. Y lloramos.
Abrió el concierto con Amado mío, una de mis favoritas del disco Seis, para seguir con su repertorio en formato completamente acústico, acompañada de Sebastián Aracena y Mati Santos en las guitarras, y el cuarteto. Ella, feliz, emocionada, entregó todo lo quiso darnos y nosotras, ahí en las gradas, lo tomamos agradecidas.
Entre noviembre y enero, Mon Laferte se ha presentado tres veces en Chile, con tres conciertos diferentes, demostrando su talento no solo con su voz superlativa, sino también con la inquietud musical que la lleva a experimentar y –algo que se agradece profundamente– a abrirle las puertas a más artistas femeninas, como la misma Cancamusa, su baterista, que fue la encargada de abrir su concierto en Santiago.
Su talento la hace gigante, su generosidad, una persona maravillosa. Gracias, Mon.