Por Lunares
El camino hacia el amor propio es un tránsito de dulce y de agraz pero, por sobre todas las cosas, requiere de convicción y de una voz interior que nos reafirme que nosotras somos importantes y que si bien muchas cosas nos pueden pasar, buenas y malas, es vital no perder el objetivo del propósito de cuidarse física y mentalmente.
Quererse, ser amable con nosotras mismas, suena a frases de libro de autoayuda, pero al ponerlo en práctica, cobra sentido. Valorar los momentos de soledad, la libertad de decidir en lo trascendente y lo trivial, visualizar quien quieres ser, qué esperas recibir de los demás. Es bueno a veces aconsejarnos como si aconsejáramos a nuestra mejor amiga, ¿no le desearíamos lo mejor siempre?
A veces, por no abrir nuestra mente nos conformamos con algo que no merecemos o no se ajusta completamente a lo que deseamos (aplica para personas y hasta comida y ropa).
La sabiduría de aceptar las perdidas como ganancias es algo que debiéramos aprender cuando crecemos, esto lo aplicamos sin darnos cuenta desde niños, por ejemplo, el no poder comer un caramelo para proteger la dentadura a largo plazo es una clara metáfora de dejar pasar la satisfacción mínima, instantánea y pasajera por un objetivo a largo plazo.
Visualizarnos como nos gustaría vernos en 10, 20 o 30 años, pensar en cómo queremos ser, en cómo nos queremos sentir, es un ejercicio muy valioso e iluminador en nuestro cultivo del amor propio.
Incorporemos hoy en nuestra vida pequeños hábitos que nos enriquezcan mañana. Para algunos puede ser el deporte, cultivarse intelectualmente, estudiar, practicar la empatía y la honestidad como estandarte sin dañar a otros, practicar yoga y/o meditación, alimentarse de manera saludable…
Al escribir esta reflexión me doy cuenta paradójicamente que todo lo que nos nutre mirando a largo plazo nos ayuda a vivir un mejor presente.
¿Y tú que quieres ser cuando seas “grande”? (no me refiero a la edad biológica)