Este año para el Premio Nacional de Artes Plásticas tenía mi corazón dividido entre dos mujeres. Por un lado, Lotty Rosenfeld, su obra “Una milla de cruces sobre el pavimento” marcó un antes y un después en mi forma de entender y enamorarme de obras o acciones de arte, y que hasta el día de hoy me alucina como pocas; por otro lado, Roser Bru, quien removió mi espíritu con la fuerza de sus retratos, rostros y cuerpos que traspasan la identidad física del retratado, figuras que hablan de identidad, de memorias personales y colectivas.
Ayer anunciaron que la ganadora fue la artista Roser Bru, ya será el momento para Lotty o de Langlois Vicuña, que tan merecido también lo tiene.
Bru llegó en el conocido barco francés Winnipeg, acción impulsada por el poeta Pablo Neruda, escapando de la guerra civil española, al igual que el tipógrafo Amster y el otro premio nacional de las artes, José Balmes, entre muchos. Quién sabe lo que pasaba por su cabeza al bajar en el puerto de Valparaíso, pero sin duda estaba muy lejos de imaginar que el pueblo chileno, del cual sería parte, la querría y admiraría tanto.
Me gustan estos premios cuando sirven para reconocer el trabajo de artistas que ayudan a valorar y construir nuestra memoria, no solo estética, sino política y social. Y más aún cuando tangencialmente se reconoce la riqueza de un país que recibe y acoge a inmigrantes. Grande, Roser Bru.
Foto: Mineduc vía Flickr
Hasta que por fin…!!!!