Por qué escribir de amor me hizo dejar de pensar en el amor

escribirdeamor
por Atilio P.

Tengo un blog donde escribo cuentos de amor. Como el personaje de Jason Schwartzman en The Darjeeling Limited, la mayoría son autobiográficos, aunque todo el tiempo diga que no. En general me cuesta escribir de ficción porque mi vida suele ser una ficción constante tras otra. Soy bueno inventándome cuentos con la gente, buenos y malos, me mantienen en un lugar seguro en donde no tengo que darme muchas explicaciones porque al final de la historia ya sabía lo que iba a pasar. 

Hasta que una persona que conocí me dijo que pensaba demasiado las cosas; nada nuevo, he escuchado eso millones de veces en mi vida y no creo que haya una sola persona que no se haya sentido atrapado en un momento como ese, pero su enfoque era distinto. El problema con sobrepensar es que funciona como un placebo, dijo, creemos que sobrepensamos porque estamos analizando los factores para tomar la mejor decisión, pero en realidad sólo estamos huyendo de esa decisión. Como cuando los parlamentarios deciden demorar una decisión por las supuestas cuestiones esenciales de la convivencia ciudadana con la excusa de analizar todas las aristas posibles; no quieren decidirlo, aún cuando algunos de ellos crean que sí lo están haciendo.

Creer que uno está haciendo algo es otra manera de no hacerlo. Así es como entendí que si quería entrar a la realidad de mis relaciones (doloroso, pero recomendado), tenía que poner en su lugar ciertas cosas, partiendo por las ficciones que dominaban mis relaciones. Lo primero entonces, fue dejar de buscar un objetivo; cuando alguien dice “me gustan las rubias”, está limitando sus propias oportunidades en una relación. Lo mismo con las cosas que uno espera hacer dentro de una relación: viajar, ver Netflix todo un fin de semana, ir a conciertos, sostenerle el pelo mientras vomita, etc. Cada relación es distinta, lo que es bacán, porque para qué meterse en una relación que va a ser igual que la otra sólo con la idea del “ahora sí me va a resultar lo que quiero!” en la cabeza. Si hay algo en que desde Lacan a Arjona van a estar de acuerdo, es que el amor no se trata de lo que uno quiere, sino de entregar algo sin saber qué se va a recibir a cambio, com dice Julieta a Romeo:

“Deseo lo que tengo y sin embargo, tengo tanto para darte como el mar, y como el mar mi amor es de profundo: uno y otro parecen infinitos, pues mientras más te doy, más tengo para darte”. 

Pero la cuestión terminó siendo más difícil de lo que pensé, hasta que recurrí a lo que siempre había hecho: escribirlas. De ahí en adelante cada vez que tenía una idea sobre alguien, una infatuación o lo que fuera, lo escribía de la manera que fuera, y como los cuentos eran para mí, podía ser detallista o desprolijo según la historia demandara. Hacía esto hasta disolver esa ficción y darme cuenta de lo poco relevante que es versus el cómo esa persona me hacía sentir. Ciertamente salieron poemas y cuentos que me gustan y disfruto, alguno hasta me dan orgullo y los releo de vez en cuando, la gente que inspiró esos cuentos fue con la que establecí lazos más fuertes, pero también tantas otras se rompieron y nunca volvieron a ser lo mismo, pero al final estaba bien, porque el cuento ya lo había escrito, estaba libre de esa carga. Lo que estaba viviendo era otra cosa distinta, desconocida. Una aventura, lo que finalmente terminó ampliando mi apetito por conocer gente y con ello salir de mi introversión para esencialmente escuchar lo que pasaba a mi alrededor. Y funcionó, logré poner en su lugar a la ficción de las cosas que anhelaba, mal que mal no soy un monje budista; tengo deseos, pero escribir sobre esos deseos me hizo verlos con distancia y permitir tener otros sentimientos menos prejuiciosos delante de las personas que me parecieron interesantes para finalmente conocerlas tal como son y yo mostrarme de la misma forma.

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