Por Ximena Torres Cautivo
Los martes en la biblioteca. Así se llama precisamente la más reciente publicación de Isabel Araya, esta mujer que lanzó su primera novela a los 75 años y cuya azarosa y apasionante vida fue narrada como ficción bajo el nombre de Carmen Prado en “Milagro en Haití”, escrita por su hijo mayor, e inspirada en sus años como mujer del embajador de Chile en esa paupérrima isla, Marcel Yourg, su segundo marido.
“Los martes en la biblioteca” es un libro “modesto, fino y delicado”, tal como lo calificó el reconocido poeta Juan Cristóbal Romero, director ejecutivo del Hogar de Cristo, en su lanzamiento, y no tiene nada de ficción. Es la vida pura y dura de 16 hombres acogidos en una Hospedería, después de pasar parte importante de sus vidas viviendo en la calle.
“Los martes en la biblioteca” da cuenta de 8 años de un voluntariado en la Casa de Acogida para Hombres de la Estación Central, que partió como un taller de lectura concebido por Isabel y su gran amigo, el geógrafo jubilado, José García Gatica, y terminaron siendo un espacio para compartir historias y recuperar identidades perdidas.
Como contó el poeta Romero en el prólogo, citando la confesión que un día le hizo Isabel: “´Los martes en la biblioteca pasa de todo, pero nadie se entera. Parece que confían en nosotros, porque nunca se ha asomado por allí un jefe, una autoridad. Es bueno que sea así, porque en el taller literario hasta bailamos. Claro que una mujer tan estupenda como yo, debe cuidarse, no exponerse demasiado, por eso, yo siempre bailo con el abrigo puesto´”, dijo con ese humor encantador que la caracteriza.
Así fue como me enteré que Isabel baila con Geofil, el jardinero; con Luis, el pintor de mandalas; con Juan Carlos, una verdadera enciclopedia ambulante. Y que no lo hace con Pepe, porque tiene mala la cadera y se mueve a uno por hora; ni con Adalio, que padece artrosis; ni con Humberto, uno de los tantos que se movilizan gracias a ´un burrito´. Tampoco baila ya con ´El Gringo´, ni con Osvaldo ni con otro Humberto, porque se nos fueron, dejando parte de sí mismos en este cálido espacio de convivencia que han logrado crear Isabel y Pepe García”.
José, Pepe, García, en el lanzamiento, que contó con la presencia de todos los asistentes al taller y se desarrolló en el patio frente a la biblioteca de la hospedería, dijo algo notable, antes de leer su conmovedor relato sobre Ricardo Álvarez Seymour, “El Gringo”, que ya no está en este mundo. Frente a los acogidos, declaró firmemente convencido: “Ustedes son los libros y tenemos que saber leerlos”.
Y eso es lo que hicieron. Aprendieron generosamente a leer las vidas de los que nunca vemos, porque han tocado fondo, porque viven en la calle, abandonados, perdidos en la inconsciencia de una borrachera que les permite capear dolores indecibles, además del frío, de la lluvia, del hielo del invierno, despreciados por una sociedad que no pesca, que prefiere no condolerse con el que pide plata en la luz roja, enfermos y envejecidos prematuramente.
Pepe García también relevó con claridad el sentido de recoger estas vidas las más de las veces marcadas y partidas en dos por la desgracia, que a partir de ser compartidas y rescatadas redimen a sus protagonistas, porque les permiten recuperar una identidad oculta o medio perdida.
Este objetivo lo vivimos todos los que asistimos al encuentro el martes pasado en la biblioteca cuando vimos llorar a Roberto Fonseca, que agradeció con un sencillo amén, a quienes quisieron oír, escribir y ahora pueden leer su vida comprando este modesto, fino y delicado libro. Lo recomiendo.