Lee “Cómo acabar con la escritura de las mujeres”, de Joanna Russ en línea en Bookmate.
Muchos opinan que fue una mujer, Mary Shelley, quien inauguró el género de ciencia ficción con su novela icónica Frankenstein o el nuevo prometeo (1818-1831). A pesar de ser un libro imprescindible del género, la figura femenina autora de ciencia ficción fue posteriormente eclipsándose poco a poco en el panorama literario. En el siglo XX la ciencia ficción es, de todos los géneros literarios, probablemente el más dominado por los hombres. Basta pensar en nombres como Bradbury, Arthur C. Clarke, Asimov, Philip K. Dick, Frank Herbert, H.G. Wells, para darnos cuenta que pocas son las autoras mujeres que han podido desmarcarse en ese género y, aún peor, aunar ciencia ficción y feminismo.
Durante décadas, la creencia de que la mayoría de los lectores de ciencia ficción eran adolescentes hombres impuso ciertas restricciones a la temática y el estilo: las mujeres y sus supuestos intereses eran minorados. Sin embargo, las mujeres no sólo leían, sino que escribían mucha ciencia ficción: hacia 1970, más o menos, casi 300 autoras habían publicado relatos de ciencia ficción bajo un pseudónimo (o pocas veces, con su nombre real).
Una de ellas fue Joanna Russ (1927-2011) quien le dio al género de ciencia ficción, en la década de los sesenta, un nuevo respiro. Su libro El hombre hembra es hoy considerado una obra maestra del género. Russ fue galardonada en varias ocasiones con los prestigiosos premios Nebula y Hugo. La razón por la que la ciencia ficción empezó a cambiar en los años sesenta y setenta fue que cada vez más escritores se sentían atraídos por el potencial, aún inexplorado en gran medida, de representar las preocupaciones sociales y psicológicas de la época. También fueron significativas las iniciativas para mejorar la educación de las niñas en ciencias y matemáticas, así como el impacto del movimiento de liberación de la mujer. No cabe duda de que la influencia que ejercieron en este campo escritores tan diversos como Le Guin, Kate Wilhelm, Russ y Tiptree a partir de la década de 1960 fue mayor y más duradera que la de cualquier movimiento autoproclamado.
Al darse cuenta de lo poco (o mal) que eran representadas las mujeres en el panorama literario de la época, Joanna Russ quiso adentrarse más en la cuestión y su compromiso feminista la llevó a escribir Cómo acabar con la escritura de las mujeres, un volumen en el que expone las estrategias sutiles (y no tan sutiles) que la sociedad ha usado (y sigue usando) para ignorar o menospreciar a las mujeres que producen literatura.
Publicada originalmente en 1983 y nunca traducida al español hasta ahora, esta obra, tan relevante hoy como entonces (y difícil de conseguir), ha inspirado a generaciones de lectores. Russ examina y analiza las dinámicas que impiden un amplio reconocimiento del trabajo creativo de las mujeres. Señala casos flagrantes, como las obras que fueron celebradas cuando se publicaron bajo seudónimo masculino y desdeñadas más tarde, al conocerse la autoría femenina. Un ejemplo clásico es el de Cumbres borrascosas que, firmada bajo el seudónimo de Ellis Bell cuando se publicó por primera vez en 1847, fue recibida por la crítica con un sinfín de elogios. Tres años después se desveló que Emily Brontë era la verdadera autora y, a partir de entonces, Cumbres borrascosas fue considerada como una simple novela de amor y su valor literario pasó a segundo plano.
Cómo acabar con la escritura de las mujeres es la historia de la injusticia ejercida hacia la literatura escrita por mujeres. Un análisis profundo de los mecanismos opresores que la misoginia, el racismo y la clase han aplicado no solo en la literatura, sino en todos los ámbitos de la sociedad.
Como escribe Jessa Crispin en el prólogo, lo que hizo Russ en su exploración crítica fue intentar romper los cánones normativos y “tratar de averiguar cómo podemos conocernos verdaderamente unos a otros: cómo podemos traspasar esa línea de ver lo individual a ver la humanidad que compartimos”.
