Por @patyleiva
Cuando salí de la función de “Nothing Compares” el pasado Festival In-Edit, me fui con el alma tocada profundamente por una canción hermosa y rotunda en su simpleza: “Thank you for Hearing me”, que hoy resuena como una despedida cargada de emociones al momento de decir: adiós Sinéad O’Connor.
No sabemos aún cuáles fueron las circunstancias que se la llevaron de este mundo, pero sí sabemos que el mundo fue ingrato con ella. Que la fama fue una maldición cada vez que quiso decir una verdad del porte de una de una iglesia, de una catedral, del mismísimo Vaticano.
Porque, si aún no estaban vivos en los 90s, Sinéad O’Connor “cayó de gracia” el 3 de octubre de 1992, el día que rompió una foto del papa Juan Pablo II en televisión en vivo, durante la transmisión de Saturday Night Live.
Cuando termina de cantar, nadie aplaude, el silencio es sepulcral.
Después de eso, el mundo cambió su actitud hacia ella de forma radical. Dejó de parecerles una joven de voz preciosa que “hasta pelada se veía bonita”. Se convirtió en una amenaza, en una persona non grata, no deseada y se le silenció. Porque yo, que recuerdo ese momento, vine a comprender mucho después de las verdaderas razones por las que ella rompió esa foto. Estaba denunciando los abusos sexuales de los asquerosos miembros de la Iglesia Católica. Estaba defendiendo a los niños, incluídos los hijos de aquella gente conservadora y obtusa que la relegó de por vida.
No la supimos leer, porque nadie le dio espacio para hablar. Se le convirtió en motivo de burla, se le atacó.
Queda clarísimo en este tributo a Bob Dylan, donde tras ser presentada por Kris Kristofferson, es brutalmente abucheada. Pero también, ese momento da cuenta de lo estoica que una mujer puede llegar a ser.
Porque se quedó ahí, recibiendo la mierda del público. Parada, mirando, sin demostrar lo que sentía. Hizo callar a los músicos y con más fuerza aún, cantó “War” a capela, la misma canción que cantó ese día en Saturday Night Live, esa canción de Bob Marley que le declara la guerra al racismo.
Y yo me pregunto, ¿cómo pudo mantenerse en pie siquiera? Lo hizo y cantó desde lo más profundo de su ser en contra de la segregación, su más esencial lucha.
Su carrera quedó en silencio salvo en mucho más discretas apariciones, aunque teniendo el reconocimiento de quienes supieron valorar su valentía o simplemente su arte y su talento, como esta presentación en el importante show de Jooles Holland el 2014:
Durante la última década supimos de ella en sus momentos más oscuros, que tienen que ver con dolores familiares, como la muerte de un hijo y confesiones en la más total vulnerabilidad: su inconmensurable soledad, el tormento de la violencia que sufrió por parte de su propia madre en la infancia, la depresión, la pérdida de custodia de su hijo menor y las tremendas consecuencias de una histerectomía sin un postoperatorio adecuado.
Kathryn Ferguson dirigió el precioso, profundo y delicado documental “Nothing Compares”, que recomiendo con insistencia. Creo que hace justicia, de alguna manera, a su paso por este mundo.
https://www.youtube.com/watch?v=-VLy1A4En4U
Lo más valioso para mí, es que esa película nos muestra a la artista, la mujer, la activista en distintas dimensiones, lo que enriquece aún más su legado.
En ese relato, somos testigos incluso del cambio de su voz y su forma de hablar con los años y me hace pensar en cómo hemos cambiado o cambiaremos todas con el tiempo en esos detalles que son imperceptibles de un día para otro.
“Quisieron enterrárme sin darse cuenta de que soy semilla”, dice en algún momento de este valioso registro. Y así fue Sinéad, visionaria, creativa, comprometida, talentosa, sensible, valiente, vulnerable, confrontacional y única.
Que siga creciendo esa semilla de lucidez en las que fueron tus preocupaciones y batallas.
Que tus canciones sigan transmitiendo la fuerza, la ternura, la sinceridad y la emoción que imprimiste en cada una de ellas.
Que siempre exista un nuevo espíritu que pueda crecer en su capacidad de amar cuando te escuche.