Paz Errázuriz

Reeditan “El infarto del alma” de Paz Errázuriz y Diamela Eltit: “Amor de locos en el psiquiátrico de Putaendo”

Quizás por deformación periodística, al mirar las fotos, que resultan hipnóticas, de una belleza dura y conmovedora, uno quisiera conocer los nombres, saber las historias, el momento justo en que esas vidas se amarraron y cuánto duró el recodo que hicieron en el camino.

Paz Errázuriz
por Ximena Torres Cautivo
“¿Cuál es la mayor sorpresa que le ha deparado la fotografía?”, le preguntaron en el diario El País en julio de 2015 a la flamante Premio Nacional de Artes Plásticas 2017, la fotógrafa Paz Errázuriz, que entonces se había ganado el Premio PHotoEspaña, un referente en el mundo de las artes visuales.
Así respondió: “Descubrir que las parejas del psiquiátrico que fotografiaba eran estables. Cuando vieron sus fotos sintieron legitimada su relación, como si fuera un certificado de matrimonio. La fotografía se convierte en tantas cosas”.

O ella la ha convertido en tantas cosas, como el libro que contiene las fotos a las que alude, “El infarto del alma”. Publicado por primera vez en 1994, en una mínima tirada de 500 ejemplares, este año, antes de que se supiera que Paz sería elegida Premio Nacional de Artes, fue reeditado con mucho ojo por Hueders en una límpida edición. El libro incluye 38 fotos en blanco y negro de parejas de discapacitados mentales enamorados.

Ese es el tema, el amor loco o la locura del amor.

Hace 25 años, en el Hospital Philippe Pinel, más conocido como el Psiquiátrico de Putaendo, “la tía Paz”, se paseaba como Pedro por su casa. Su amiga y coautora del libro, la escritora Diamela Eltit, la acompañó un día, después de haberle oído varias veces sobre sus incursiones de casi dos años a ese mundo de locos enamorados.

Un viernes 7 de agosto de 1992, Diamela escribió lo siguiente: “Ahora viajamos con Paz Errázuriz en dirección al psiquiátrico del pueblo de Putaendo, un hospital construido en los años 40 para asistir a los enfermos de tuberculosis y que, luego de la masificación de la vacuna, es convertido en manicomio recibiendo pacientes de distintos centros psiquiátricos. Enfermos residuales, en su mayoría indigentes, algunos de ellos sin identificación civil, catalogados como NN”.

Diamela aporta con ese diario de viajes, pero también con unas cartas ficcionadas, de una interna a su amado. Muy poéticas, muy cargadas con un sentimiento presente en su relato testimonial, el de la deformidad de las caras, de los cuerpos. “¿Qué sería describir con palabras la visualidad muda de esas figuras deformadas por los fármacos, sus difíciles manías corporales, el brillo ávido de esos ojos que nos miran, nos traspasan y dejan entrever unas pupilas cuyo horizonte está bifurcado?”. También escribe unos poemas breves y recoge decires, reflexiones aisladas de los discapacitados, capacitados ciertamente para amar.

Quizás por deformación periodística, al mirar las fotos, que resultan hipnóticas, de una belleza dura y conmovedora, uno quisiera conocer los nombres, saber las historias, el momento justo en que esas vidas se amarraron y cuánto duró el recodo que hicieron en el camino, pero eso no está. En una crónica periodística posterior, sobre el estreno de “El otro”, obra de teatro que inspiró el libro, un periodista anónimo dice que algunas de la parejas fotografiadas se mantienen unidas, o que algunos se han quedado viudos, doblemente bifurcados, partidos.

Diamela sigue escribiendo en su diario de viaje: “Hay tantos enamorados que ya pierdo la cuenta. ‘El me da té y pan con mantequilla’. ‘La cuido yo’. Se alimentan, se cuidan. Se alimentan un poquito y se cuidan como pueden y a la manera radiográfica veo la gran metáfora que confirma a toda pareja: la vida entera anexada a otro por una taza de té y pan con mantequilla. Ellos están viviendo una extraordinaria historia de amor encerrados en el hospital: crónicos, indigentes, ladeados, cojos, mutilados, con la mirada fija, caminando por las dependencias con todos sus bultos a cuestas. Chilenos, olvidados de la mano de Dios, encargados a la caridad rígida del Estado”.

Hay una foto que miro y miro. Es una pareja abrazada, apoyada contra una pared donde hay una serie de números escritos con tiza, en el polerón claro de ella dice: “Unidad mujeres”; en el oscuro de él, “Unidad hombres”. Son como una perfecta ecuación.

Y en el diario de Diamela encuentro respuesta a una duda. Cómo funciona este psiquiátrico mixto, cómo se evita la reproducción literal de la pobreza y la marginalidad. “… observo la marca histórica y obligatoria que se oculta en el cuerpo de algunas mujeres dementes. Cuando nos muestra su cicatriz, lo que en realidad enseña es la huella de su esterilidad, de la operación antigua y sin consulta que le cercenó para siempre su capacidad reproductiva”, describe, relatando lo que pasa con los cuerpos femeninos ahí adentro.

Espero que esto haya cambiado, tal como aspiro a que realmente la inclusión de los discapacitados convierta la realidad de las fotos de Paz en pasado y hoy se integren y puedan vivir en comunidad, trabajar, amar, recibir Que los abandonados tengan un lugar digno en alguna parte y que los que cuentan con familia sean miembros con todas las de la ley. Que no haya más “locos de patio”, expresión que surge en los hospitales psiquiátricos tradicionales, lugares de relegación y encierro, donde el amor se igual se las arregla para prosperar. “Veo ante mí la materia de la desigualdad cuando ellos rompen con los modelos establecidos, presencio la belleza aliada a la fealdad, la vejez anexada a la juventud, la relación paradójica del cojo con la tuerta, de la letrada con el iletrado. Y ahí, en esa descompostura, encuentro el centro del amor”.