Margaret Atwood tiene pinta de pájaro, quizás porque su papá era zoólogo y ornitólogo y se pasó su infancia siguiéndolo por los bosques de Quebec, Otawa y Toronto. La frágil niña voló lejos y hoy es la escritora más famosa de Canadá (ella y Alice Munro, para ser justas) y una tremenda figura intelectual a nivel planetario.
Es activista; sus causas principales son los derechos humanos, el feminismo y la ecología, forma parte de Amnistía Internacional y preside BirdLife International y siempre está abogando por los derechos de las mujeres. Lo hace con humor, claro, porque a sus casi 80 años, es joven, divertida, provocativa, irónica, nada densa, ligera como la ave que parece. Como cuando, a fin de año, entrevistada en España por el suplemento literario Babelia, dijo: “Lo que me gusta es defender la dignidad de las personas, y tengo esa idea radical de que las mujeres son personas”.
“Esa idea radical de que las mujeres son personas”, una ironía muy de ella que celebró con un gorjeo de paloma y un aleteo de picaflor. Pero no nos equivoquemos esa levedad del ser que demuestra Margaret es pura profundidad y reflexión. No en vano en 2008 obtuvo el Premio Príncipe de Asturias y son muchos -más muchas, en verdad- que la postulan al Nobel.
Con tanto reconocimiento ella tiene la gracia de no ser densa. De no pontificar. De escribir historias perturbadoras con humor y sarcasmo que resultan más efectivas que un ensayo metafísico. Lo suyo son las distopías, palabra que me encanta porque es lo opuesto a la utopía, ese concepto ideal e imposible que puede resultar tan nefasto cuando se vuelve obsesivo. Es bueno tener ideales, pero no pensar que se pueden establecer utopías.
Acabo de terminar “Por último, el corazón”, una novela graciosísima, característica de lo que suele escribir Atwood. “Ficción especulativa”, no “ciencia ficción”, porque como ella aclara lo suyo no contiene naves espaciales ni seres alienígenos. Aunque a mí me suena redundante el rótulo ficción especulativa (¿Qué es la ficción sino especulación?), lo entiendo como la construcción de un mundo futuro con todos los males del presente exacerbados.
Eso es lo que padecen Charmaine y Stan, los protagonistas de “Por último, el corazón”, una pareja de clase media americana, felizmente casados, que al perder sus precarios empleos, terminan viviendo en el auto. Ahí dentro alcanzan una frágil seguridad, porque por las noches pandillas siniestras los intentan asaltar en los sitios eriazos donde se estacionan. No se precisa en qué año están, pero queda claro que las cosas han ido de mal en peor con la economía estadounidense. Así las cosas, la única salida que encuentran es apuntarse a perpetuidad en una empresa que les ofrece un mes de vida normal, en una casa grata, con sus propios scooter, ropa, comida, y otro mes en prisión, separados por sexo y cumpliendo funciones en la lavandería, el plantel avícola y ese tipo de tareas. Esto alternadamente cada mes de la vida. Cómo evolucionan las cosas, es el delirio total, pero un delirio que plantea temas tan cruciales, como el amor, el matrimonio, la fidelidad, el sexo.
Divertida a matarse, no como “El cuento de la criada”, que es aterradora. Esta otra novela de Atwood (que es tremendamente prolífera) fue adaptada como serie televisiva por HBO. La actriz Elizabeth Moss hace de Offred, la protagonista, quien está siendo formada como criada. Acá se trata de un Estados Unidos gobernado por una dictadura teocrática que despoja la mujer de todos sus derechos. Una distopía, que en unos cuantos países islámicos es hoy realidad, así es que lo terrorífico no parece tan descabellado. Acá en Chile, con el nivel de la discusión de la despenalización del aborto en tres causales, tampoco.
En fin, qué mas quisiera uno que hubiera más pájaras como Margaret Atwood en el mundo, y que estuvieran en puestos claves, aplicando, inteligencia, sentido común y humor a la situación de la mujer. A sus derechos humanos, porque sí yo también creo en esa idea radical de que las mujeres somos personas.
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Yo también lo terminé de leer hace poco y siempre que leo un libro de M Atwood me sorprendo tanto, sus críticas sociales me dan miedo, nos veo tan cerca de sus mundos.