por Lala
Qué difícil despedir hoy a Juan Gabriel, en un año que se ha llevado a tantos grandes (cuál más grande que el otro). Recuerdo cuando pelé a Rihanna el año pasado, cuando refunfuñé diciendo que sólo Juan Gabriel podía darse el lujo de hacer medleys en sus conciertos. Hubo varios que me miraron con cara de pregunta, sin saber a qué me estaba refiriendo, quizás hoy entiendan.
Juan Gabriel, el ídolo, tenía un respeto absoluto por el público. En cada concierto se desplegaba por completo, con una capacidad vocal que te podía despeinar y con una fuerza interpretativa única. Bailaba, se reía, lloraba. Y nosotros lo seguíamos.
Sigo su música por osmosis. Desde los discos que se escuchaban en mi casa cuando era niña, la música suya que me llegaban en mi adolescencia a través de otros intérpretes (imposible olvidar el mega hit de Pandora con puros éxitos de JuanGa) que musicalizaron los 80, los 90 y de ahí en más. Vi tantos conciertos suyos aquí en Chile, los disfruté tanto. No se guardaba nada y eso pucha que se agradece, en tiempos en los que es tan común ir a un concierto y ver a una banda que sube borracha o drogada al escenario, cantando como si frente a ellos no hubiera nadie; o que llegan tarde y se van temprano, que ningunean a ese que llega horas antes al estadio y se endeuda en cómodas cuotas porque obvio que es imperdible. Juan Gabriel no.
Y tiene algunos récords curiosísimos que ilustran muy bien lo que digo. Una vez cantó más de 7 horas en el Zócalo de Ciudad de México, celebrando la llegada de la primavera junto a 350 mil personas. Y así tuvo otros récords, conciertos de más de 5 horas, porque si la gente lo quería, él se quedaba y cantaba a la carta. En Viña los organizadores tiritaban porque sabían que cualquier artista que tocara después de él se las vería con un monstruo que, incluso después de más de 2 horas, pedía más. Y él estaba dispuesto a dárselo. Pero también tiene otro gran mérito, y es que a pesar de pasar buena parte de su vida en México, un país tremendamente machista y tradicional, él se atrevió a bailar sexy en el escenario, usar brillos, grandes bordados, vestir un traje mariachi rosado, sin importarle un pepino lo que dijeran de él.
Me alegra sí que en vida haya sido homenajeado muchas veces. Y se lo merece no sólo por ser un intérprete impecable, sino por ser un compositor único en su clase, que regaló éxitos a muchísimos músicos no sólo de México. Una de mis favoritas es Así fue, que popularizó Isabel Pantoja, pero que también cantaba él en sus conciertos. Hoy se va en medio de una gira, y quienes ayer lo vieron seguro ni se imaginaron que sería su último concierto, realmente el último. Yo me quedo con lo mejor de él, con sus cientos de canciones (sí, no exagero, compuso más de mil) y con los homenajes que, junto a mi amiga Dani, le dedicamos tantas veces en nuestro programa en una pequeña radio comunitaria. Tu música nunca se apagará, Juan Gabriel, seguirá eternamente sonando entre nosotros.