por Soledad Camponovo
Dos historias paralelas: la de una pareja de turistas franceses en el cambio de milenio en Valparaíso y, por otro lado, la de un estudiante de literatura chileno en Nueva York, que encuentra la bitácora de viaje de esta pareja gala diez años después e intenta completar los vacíos del relato inicial. De esto se trata Las olas son las mismas (Los Libros de la Mujer Rota), la primera novela del artista Ariel Richards (Santiago, 1981), que antes había incursionado en poesía con Trasatlántico (Cuneta, 2015). La escritora reflexiona, acá, acerca de su proceso creativo, sus referentes literarios y el uso de la autobiografía.
¿Cómo nació la idea de esta novela?
Por accidente. Empezó mientras era alumno de la Maestría en Escritura Creativa en la Universidad de Nueva York (NYU). Me inscribí en un ramo que dictaba el escritor argentino Sergio Chejfec donde el objetivo era analizar narrativa y poesía latinoamericana, y de las entregas de ese taller fueron surgiendo varios textos desarticulados que al final junté. Mucho después se transformaron en este libro. Entonces nunca fue como: “tengo una idea, ¿por dónde empiezo?”, fue más bien: “tengo esta serie de textos, ¿cómo les doy un orden?”.
¿Cómo fue el proceso para escribir este libro? ¿Cuánto tiempo estuviste trabajando en él?
El grueso del libro se escribió en ese taller de NYU el 2010. Después dejé esos textos reposar por cuatro años y recién el 2015 los volví a abrir. Cuando los leí de nuevo me seguían gustando, pero sentía que les hacía falta una estructura. Entonces los trabajé por varios meses con Claudia Apablaza, que fue la editora del libro, y así tomó la forma que tiene ahora.
¿Las ciudades donde se desarrolla la novela –París, Valparaíso y Nueva York– son significativas para ti? ¿Por qué?
Son importantes. Sobre todo Valparaíso, donde me fui a estudiar apenas salí del colegio porque quería independencia. En Valparaíso me enamoré por primera vez, perdí la virginidad, salí del clóset. Digamos que es una ciudad fundacional. A Nueva York llegué años más tarde a estudiar literatura y ahí me dediqué a escribir, entonces fue un espacio ligado a lo creativo. Pero también fue un espacio de la soledad y del desamor. Y París me gusta como cliché, ahí dos de los personajes se conocen y se enamoran, pero esta es la historia de su ruptura. Quería ocupar París más como postal para la novela que como un escenario.
Esta es tu primera novela. Antes publicaste un libro de poesía ¿Fue muy diferente el proceso creativo?
Muy. Me encanta leer novelas, pero me parece muy complejo el pensamiento y el oficio que hay detrás de ellas. Digo, desde la estructura hasta la intención que hay en la elaboración de una novela, se me hace titánico. No así la poesía, que se mueve a una escala más mínima. Este es un texto de narrativa pero es breve y no tiene una estructura dramática muy de novela: no pasa mucho. Y de hecho hacia el final del libro, es como si fueran más versos que prosa.
En la novela mencionas a algunos escritores latinoamericanos, como Villoro y Bolaño ¿Qué escritores de la región son referentes para tu trabajo?
Para mí Bolaño funciona como prisma: sus textos son capaces de refractar, reflejar y descomponer otros textos, y su influencia es innegable. La verdad es que dudo mucho que haya escritores contemporáneos en la región que no estén tocados de alguna forma por su obra. Así que, para bien o para mal, está siempre él. Y por otro lado, también hay autores más raros como Olga Orozco, Salvador Novo, Circe Maia y Mauricio Wacquez, que me intrigan mucho y a los que vuelvo siempre.
Es interesante como introduces el horóscopo en el texto ¿Por qué te interesó usar ese formato?
Fue a través de la poeta argentina Olga Orozco (que trabajó por años escribiendo el horóscopo del diario El Clarín), que pude mirar el género de las predicciones con otros ojos. Orozco era tarotista y traspasó ese conocimiento suyo hacia la escritura. Esa operación de encontrarse con algo inesperado en un lugar común a mí me gustó mucho y quise homenajearla experimentando con el collage. Los horóscopos que hay en el libro son híbridos entre frases mías, otras de Mia Astral, fragmentos del manifiesto futurista y versos de La prosa del Transiberiano, del suizo Blaise Cendrars.
Es bonito el título de la novela. ¿Por qué le pusiste así? ¿Qué otros títulos barajaste?
Fue muy bueno el trabajo con Claudia Apablaza, editora de Los Libros de la Mujer Rota, porque los otros títulos que tenía este texto eran pésimos y ella los descartó de inmediato. No te los voy a decir porque me dan vergüenza, pero imagina lo peor. Al final quedó este que está sacado de “Los adioses”, un poema de Olga Orozco en el que ella va viajando en tren y despidiéndose de todo lo que cree que termina.
¿Qué tan autobiográfica es la novela?
La parte que pasa en Nueva York es bien autobiográfica y la que pasa en Valparaíso es más ficción. Pero el otro día conversando sobre el libro con Alberto Fuguet él me decía que a veces no hay nada más autobiográfico que la ficción. Y tiene un punto. Así que está ese filo.
¿Cuál es tu próximo proyecto literario?
Estoy entre retomar un poemario que empecé a escribir hace años sobre la obra de la pintora canadiense Agnes Martin o terminar un texto más narrativo que tiene que ver con desapariciones y encuentros fortuitos en el transporte público. Ahora tengo que decidir cuál elegir. Quizás haga como los protagonistas de Las olas son las mismas y tire una moneda al aire para ver por dónde sigo.
¡Felicitaciones, Juan José! A buscar el libro para leerlo en 3… 2… 1…
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