Ficción: 100 metros, 12 Segundos

El cuento "12 segundos" fue escrito por Paty Leiva dentro del Club de Escritura Zancada impartido por María José Viera-Gallo y publicado en la Edición Especial Aniversario Zancada #8: A Color

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(El cuento “12 segundos” fue escrito por Paty Leiva y fue escrito dentro del Club de Escritura Zancada impartido por María José Viera-Gallo y publicado en la Edición Especial Aniversario Zancada #8: A Color, que puedes leer en este link).

–¿Quién es la más rápida acá? –pregunté.
–La italiana –exclamaron todas al mismo tiempo –, pero parece que no vino hoy.

Era mi primera semana de clases en el colegio nuevo. Había faltado al inicio del año porque con mi familia estábamos de vacaciones en Chile. No iba desde los 4 años así que aproveché de conocer a mis abuelas, a mis tíos y a mis primos. Algunos me cayeron muy bien.

Le dije mi nombre al profe y me puse en mi posición, sin demasiado entusiasmo.

Teníamos educación física con todos los demás cursos, era un colegio chico. Nos entrenaban en el patio de cemento para las competencias interescolares de atletismo en un estadio que quedaba en la zona sur de la ciudad. No usábamos uniforme pero existía un buzo blanco con tres franjas azules a los costados para los días de educación física, que nadie llevaba completo. Yo ocupaba sólo el pantalón con unas camisetas cortas que, según yo, le iban mucho mejor al buzo.

*

Tuve que esperar hasta el día siguiente para conocer a la famosa italiana veloz. La vi en el pasillo, una compañera me la mostró. Se llamaba Mónica. Era muy bonita. Tenía el pelo castaño y una nariz levemente respingada. Sus cejas exageradamente arqueadas la hacían ver sofisticada y pedante, como si supiera algo que los demás no. Bueno, nadie más sabía hablar en italiano.

Iba dos cursos arriba del mío, este era su último año. Amigas no tenía, sólo amigos. No pasó mucho tiempo para que yo armara un buen grupo con las niñas de mi generación. En mi curso había un par de freaks divertidos y un chico new wave con mamá peluquera (¿qué más le podría haber pedido a la vida?), imposible no quererlo. También estaba Carlos, el chico rubio que conocí el día que fui a dar mi examen de admisión fuera del plazo, cuando el coordinador me hizo el tour por el colegio. Les presento su compañera nueva, dijo. Todos me miraron. Quiero entrar a este colegio, pensé.

Se rumoreaba que una vez habían pillado a Carlos con la italiana en el baño de hombres. Yo nunca los vi juntos.

–Así que tú eres la más rápida –le dije a la italiana en la primera clase de educación física que nos tocó correr juntas.
–Ni idea. Supongo. –respondió parpadeando suavemente y mirando para otro lado.

Cuando la vi levantar –aún más– su ceja derecha me di cuenta de que mi pregunta puede haber sonado tan poco simpática como la vez que en el kinder una niñita mayor me dijo “No te cuelgues al revés de ese juego, se te puede ir la sangre a la cabeza”.
–No creo que me pase, porque, ¿sabes?, yo soy chilena –le dije.

*

En sus marcas, listos, fuera.

Cada vez que escuchaba esa orden se me tapaban levemente los oídos. Mis latidos sonaban tan fuerte que no podía pensar. Mi estómago sentía el mismo vértigo que se siente cuando te das cuenta que estás enamorada. Sólo podía fijarme en la meta. Mi cuerpo y mi mente se volcaban en esos 100 metros que me llevarían hacia la recompensa final.

Llegamos juntas. El profesor se reía y aplaudía como si le hubieran contado una talla muy buena.

Terminé de frenar para recuperarme. Eso siempre me costaba. Mucha velocidad y muy poca resistencia. Nunca pude con los 400 metros. Jamás correría una maratón. No me interesaba tampoco. Prefería la satisfacción instantánea de los hermosos 100 metros.

Al igual que yo, Mónica respiraba agitada de pie con las rodillas flexionadas y las manos sobre los muslos.

La semana siguiente gané yo, la otra, ella.

*

Carlos me llevaba a la casa algunos jueves, que era el día que salíamos más temprano. Manejaba con una pierna doblada, pisando su propio asiento. El auto era automático así que sólo necesitaba el pie derecho. Por alguna razón yo encontraba que su ridícula postura era cool. Él también, por supuesto.
–No puedo manejar de otra manera –decía.

Después nos quedábamos conversando un rato mientras nos fumábamos un cigarro y escuchábamos alguno de sus cassettes. Estábamos sentados de frente adentro del auto cuando me di cuenta de algo.
–Tienes una oreja más chica que la otra.
Sus ojos se abrieron más de la cuenta y su quijada se soltó.
–Por favor no le digas a nadie.
Nunca lo hice.

*

En la semana del alumno hicieron un ciclo de cine que consistía en una tele de 20 kilos y cintas vhs arrendadas. Llegué con una amiga a la función y nos encontramos con la italiana y su séquito de amigos. En la película, Dennis Quaid se hace amigo de un extraterrestre horripilante y meloso. Con la primera escena ya estábamos todos muertos de risa.
–¿Cómo se llama esto? –pregunté.
–Enemigo mío –respondió Mónica.

El profesor de educación física nos seleccionó a Mónica y a mí para el interescolar y tuvimos que empezar a entrenar en las tardes después de clases.

–Hola Enemy Mine –me dijo Mónica al llegar.
–Hola, le respondí riendo. ¿Cómo se dice “enemiga” en italiano? –pregunté.
–Nemica.
–Hola nemica.
–Hola nemica.

Nos sumaron a la prueba de relevo 4 x 100 y en 125 metros con obstáculos, algo que nunca había entrenado pero me gustó. La distancia entre cada valla está tan bien calculada que sin saber cómo, la zancada me alcanzaba justo para saltar el siguiente obstáculo y seguir corriendo.

*

El día de la competencia me vestí con el uniforme completo. No vi a Mónica en el bus. Todos los alumnos del nivel superior estaban en el estadio. Carlos elongaba antes de competir por salto largo.

Anunciaron la prueba de relevo por el altavoz. La italiana no estaba en la pista. La busqué con la mirada.
–No va a venir –me dijo el profe.
–El año pasado hizo lo mismo. Esta vez no salva del 1 que le voy a poner.

A Mónica no se le tapaban los oídos ni sentía mariposas en la guata antes de correr. Mónica era rápida.

Llegó el momento de los 100 metros.

En sus marcas, miré mi sombra en el suelo.
Listos, miré la meta.
Fuera, partí.

Doce segundos después, escuché los aplausos como si estuvieran en cámara lenta, muy lenta.

Mónica también aplaudía desde las graderías.

6 Comments

  1. ¡Me encantó! No me las voy a dar de crítica, porque en verdad no sé mucho de literatura, salvo que me gusta leer. Pero ¡me encantó!

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