POR LUNARES
No sé porque este último año le he dado tanta importancia a la transparencia, partiendo de la premisa que ninguno de nosotros es completamente sincero, pero después de algunos episodios ocurridos este último año y medio –los cuales me han hecho volver hablar con personas con las que hace muchos años no hablaba–, he analizado y revalorado la importancia de estas amistades en mi vida, los buenos recuerdos y lo importante que fue interactuar con ellas en base a lo espontáneo y a “lo que ves es lo que soy”.
Cuando era niña y luego adolescente, tuve la suerte de estar rodeada de amigos y compañeros que compartían esta característica , por esto olvidé el hecho que la sinceridad no es una cualidad recurrente, menos en el ámbito laboral donde prima el interés económico, el reconocimiento pasajero y “con quien me conviene llevarme bien y ser simpática/o porque puedo obtener beneficios a cambio”, todo esto por supuesto disfrazado de buenas intenciones, frases y comportamientos políticamente correctos.
A veces extraño a esas amig@s y compañer@s con quienes no había ningún tapujo de expresar lo que sentía y pensaba, lo trivial o importante; lo sentimental o cerebra. No había un juicio por ello, y si alguna vez hubieron situaciones que no gustaron, lo entendimos como parte de nuestra personalidad. No buscamos culpables ni había espacio para rencores ni sentimientos mezquinos, te molestabas en la mañana y después estabas almorzando juntos.
Las amistades de infancia y adolescencia no tenían espacio para intereses y solo se guiaban por el simple hecho de querer compartir con alguien, compartir juegos, alegrías, tristezas, injusticias, carencias y silencios. Ahí es cuando haces clic con alguien, cuando no te molesta compartir el silencio.
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