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Más allá de Harvey Weinstein: el acoso, el silencio y la impunidad

El escándalo que destapó el New York Times revela cómo un conocido productor pudo tejer sus redes a través de los años gracias al dinero y al poder. Sin embargo, el silencio y la complicidad de su entorno ayudaron a que hubiera cada vez más víctimas y cero justicia.

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por Lala
El acoso y el abuso sexual lamentablemente no son algo del pasado. Está presente, aquí y ahora, en Estados Unidos – el lugar de esta historia -, Chile – donde también tuvimos nuestro Harvey Weinstein criollo, el productor de TVN Jaime Román, condenado en 2013 a cuatro años de libertad vigilada que… terminaron en agosto de este año – y posiblemente en todo el resto del mundo se registren casos de abuso. En este mismo momento, alguna mujer en algún rincón del planeta está siendo chantajeada, acosada o abusada.

Los hechos los reveló la semana pasada el New York Times. Hoy ya no son noticia, pero seguimos hablando de esto porque, espero, nos debiera servir de lección con respecto a varias cosas. Estos depredadores de gran escala saben muy bien cómo tejer sus redes. Lo hacen desde el poder, siempre dejando en claro que o estás con ellos o estás en su contra. La revelación del NYT – sumado a los datos que entregó The New Yorker, no hacen sino aclarar – por si quedaban dudas – que la gran mayoría, sino todos, en su entorno sabían del comportamiento de Weinstein. Es aún más indignante saber que muchos de sus empleados estaban al tanto, pero nadie dijo ni hizo nada al respecto, muchos de ellos motivados por el miedo a perder sus trabajos y a echarse encima a alguien con tanto poder, o simplemente porque no les parecía algo condenable.

Creo que ni todas las víctimas juntas hubieran tenido tanta repercusión como el trabajo que han hecho los medios para destapar la olla. Esta estela de seguridad hizo que también otras celebridades corroboraran la historia y aportaran sus propias versiones. Hollywood estaba escandalizado pero bueno, todos lo sabían. Es curioso que lo echaran de su propia compañía ahora y no cuando, seguramente, el rumor llegaba a los oídos de esos ejecutivos, sus socios, o incluso cuando ellos mismos veían a Weinstein traspasar los límites con alguna mujer. Lo echaron de la Academia porque, claro, el escándalo incluso había salpicado a Obama y Hillary Clinton, ya que Weinstein era un demócrata de los que aportaba activamente en las campañas presidenciales. Imposible restarse frente a la magnitud de los hechos.

No es la primera vez que Weinstein es acusado de abuso, eso es cierto, sin embargo, anteriormente los abogados habían podido manejar con relativo éxito las denuncias a través de pagos y acuerdos extra judiciales, algo que ya habían hecho otros ídolos como Michael Jackson (no lo olvidemos), y que seguramente han hecho otros con cierto poder en las manos y suficiente dinero en los bolsillos.

La mayoría de las actrices se cuadraron con las denunciantes. Los hombres no quisieron quedarse atrás porque, obvio, era tendencia. Si hasta el tiro por la culata le salió a Ben Affleck y tuvo que disculparse porque él también tenía su historia y no dudaron en recordársela. Para qué decir Woody Allen, que pidió que esto no fuera una caza de brujas. Hay que ser muy cara dura. Esto sí tiene que ser una caza de brujas. En Hollywood y donde sea. No más.

He leído muchos comentarios del tipo: “¿Por qué no denunciaron antes y ahora todas dicen haber sido acosadas o abusadas por Weinstein?”. La respuesta es porque el abusador sabe muy bien cómo hacer su trabajo: hace valer su posición de poder, cumple sus amenazas si alguien cruza la línea y, finalmente, la sociedad siempre va a culpar a las víctimas. Por eso muchas no denuncian, porque nadie les cree. Y no hay que ser Angelina Jolie o Gwyneth Paltrow. Aquí en Chile una universitaria denuncia a su compañero por abuso, pero le responden preguntándole qué hacía borracha un viernes por la noche o qué llevaba puesto. Si lo piensan, es lo mismo. Es la cultura de la complicidad y el silencio, y de culpar insistentemente a las víctimas.

No hay que ir tan lejos para ver lo que pasa cuando tenemos todos esos ingredientes juntos en un mismo plato. Basta con recordar al mismo Román, cuyo lema era “cama, fama”; o Karadima, y hasta al jefe de una amiga que la acosó mientras hacía su práctica hace más de 10 años, y al que nunca denunció porque “quién iba a creerle”, en palabras de su acosador.

El peor error que podemos cometer es quedarnos callados. No olvidemos que eso también nos convierte en cómplices. Desacreditar o juzgar a las víctimas solo beneficia a los abusadores. Depende de todos frenar el abuso y el acoso, sea donde sea.