por P.
Mi historia puede ser la de muchas familias en Chile. Mi abuela se enamoró de un hombre varios años mayor, con quien tuvo una hija, mi madre. Mi abuelo, según entendíamos, viajaba bastante por trabajo. Cuando mi mamá era muy chica él se fue a trabajar a otro país y desde allá mandaba regalos para ella y mi abuela. La persona encargada de entregarle los paquetes cada mes, una vez le dijo a mi abuela que él también entregaba personalmente regalos para otra familia, para otros hijos. Mi abuela no sabía que ella era “la otra”, y nunca supe bien cómo terminó la historia, ya que mi abuelo murió en el extranjero y, por vergüenza, rabia y pena, mi abuela ni siquiera se apareció en el funeral. Enterarse de la verdad, y más encima en esas circunstancias, fue un duro golpe significó que nunca se quisiera volver a emparejar. Tenía 33 años.
En mi familia son buenos para los secretos. Mi abuela es criada a la antigua, donde todo se escondía y las cosas se sobreentendían. Un par de miradas en la mesa bastaban para cerrar una conversación y no volver a abrirla nunca más. Éste era uno de esos temas. Cuando mi mamá era aún una guagua, una media hermana la fue a conocer, pero eso fue todo. Mi mamá algo sabía de ellos, porque de vez en cuando salían en la televisión: su medio hermano era deportista, y las siguientes generaciones también lo son.
Hace algún tiempo empecé a armar mi árbol genealógico. Logré armar con bastante precisión toda la línea paterna: registré fechas, ocupaciones, tristezas familiares, hijos, matrimonios, rupturas y causas de muerte. De la familia de mi madre solo tuve acceso al lado materno y me faltaba un cuarto de mi historia familiar. Mi mamá siempre se jacta de la buena salud hereditaria, pero yo le recuerdo que desconoce el 50% de su genética. Para ella, la otra mitad no existe.
No me pregunten por qué, pero sentí la necesidad de buscarlos. Como son relativamente conocidos, fue muy simple rastrearlos y dar con ellos: hermanos, sobrinos y sus hijos, al alcance de la mano en Facebook. Encontré a mi primo. Le mandé un mensaje: me presenté, le expliqué brevemente la historia y le dije que si no le interesaba conocernos, estaba en su derecho y no había drama. Veremos si responde.
Foto: Sergey Zolkin en Unsplash
Las familias son fuente inagotable de historias. Por lo mismo, quizás te interese leer: Presentar a tu familia cuando eres adulta, Viejas historias de familia, La familia por mail y mensajes de texto: una nueva forma de conocerse, Aguacharse en familia ajena.
yo tengo una historia parecida, y tengo dos amigas cercanas con historias similares, en ninguna ha terminado muy bien la bsqueda de la familia…. va desde desprecios hasta “familiaridades” forzadas, yo con 40 años opté por tener como familia a la gente que siempre ha estado cerca y no seguir forzando situaciones.