Por Belén Leyton, fotografía principal Constanza Miranda
Ariel Richards es diseñadora gráfica, periodista, escritora y una gran amiga de Zancada. Quería hablar con ella sobre el relanzamiento de su libro Las olas son las mismas, pero terminamos hablando de su tránsito, cómo volvió a ser estudiante, su nueva obra narrativa y qué significa ser mujer.
El tránsito de Ariel Richards
Desde hace dos años se llama públicamente Ariel Florencia —antes la conocían como Juan José—, el que también es su nombre legal. En ese antes usaba Ariel como alias para firmar algunas notas o para enviar cuentos a concursos. “Pero nadie me conocía como Ariel”. También reflexionó sobre esa asignación al nacer: “Yo tuve el privilegio de elegir mi nombre. Tuve 37 años para pensarlo cuál era”.
Sin embargo, hace mucho tiempo lo tenía claro. Ella era Ariel Richards, ese nombre medio neutro la identificaba. Pero al hacer un cambio de género legal quería “un nombre que fuera irrevocablemente femenino”, por eso su segundo nombre es Florencia, ese mismo nombre que su madre quería ponerle si nacía biológicamente mujer —de lo que estaba convencida porque no se hacía ecografías—.
Su tránsito empezó hace dos años, a los 37. Le pregunté por qué se demoró tanto en hacerlo.
—Creo que está mal planteada la pregunta. No es como que una debiera empezar el tránsito a cierta edad. La vida trans no tiene que ser de una manera. “¿Por qué te demoraste tanto?” es como “Ah, llegaste tarde” jajajaja. Creo que cada mujer transgénero transita cuando puede. En mi caso, expresar que yo era mujer, en mi contexto familiar, religioso, social no fue tan bien recibido, yo también sentía que no podía hacerlo, que eso le causaba dolor a las personas que más quería. Yo nací en el Chile de los 80, en dictadura, en una crisis económica, en una familia de clase media alta, un contexto familiar súperreligioso.
Entonces, por más que yo hubiera querido hacerlo antes, creo que no estaba en mi carta astral jajaja hacerlo sino hasta los 37. Esos años que viví exteriormente como hombre son parte de la mujer que soy ahora y son experiencias que yo viví como mujer a pesar de que por fuera me veía como un hombre.
Los tránsitos no empiezan ni terminan, no es como que estén marcados por la exteriorización de la feminididad o por haber empezado a consumir hormonas, sino que una es trans, una está en un tránsito constante. Trans, más que una etiqueta de género, es un verbo: yo estoy en constante tránsito, porque hubo un descalce inicial en mi vida, cuando nací. Entonces sí podría haberlo iniciado antes, pero en mi biografía eso no es posible.
—¿Cómo te sientes ahora que exteriorizaste que eres trans?
—Marca una etapa. Porque empiezo a compartir públicamente quién soy yo y eso genera ciertas expectativas también, participación de los otros, y marca una diferencia muy radical en cómo yo viví mi vida antes. Porque por más que trabajaba en comunicaciones y mostraba cosas que generaba yo misma, había una especie de filtro de reservar para mí lo honesto, lo auténtico.
Entonces, mi vida anterior a haber sociabilizado que soy trans era muy reservada, solitaria, aislada, muy privando al resto de mi verdadera identidad, y por lo mismo muy egoísta, y muy asimétrica en mis relaciones. En ese sentido, empezar a sociabilizarlo marca como una especie del inicio de un ajuste histórico asimétrico, de no compartir a sobrecompartir, de no preocuparme por cómo me veía a sobrepreocuparme, de no tener autoestima a tener muuucha autoestima.
Como que soy una adolescente de 12 años en un cuerpo de una mujer trans de 40: me gusta mucho el maquillaje, verme linda, hablo demasiado, a veces comparto demasiado. Estoy aprendiendo cuál es mi lugar en el mundo, aprendiendo a moverme, estoy fascinada con mi cuerpo: con las hormonas me empezaron a aparecer pechugas y me las toco todo el día o me miro en el espejo, también tengo celulitis que antes no tenía y me encanta. Las hormonas son muy mágicas. Ahora soy otro tipo de tránsito, soy una adolescente atrapada en un cuerpo de 40 años, entonces me tengo que poner al día con eso.
—¿Hubo como un punto en que dijiste: “Ya, desde hoy les digo a todos que soy mujer” o fue algo más en el tiempo?
—Fue gradual. Partió con mi terapeuta, la primera persona a la que le dije, y cuando lo hice reconocí que tenía mucho miedo de decirlo y que tenía muchas inseguridades y que pensaba que me iban a decir que estaba loca, que cómo iba a ser mujer si por fuera parecía hombre, que de dónde venía esta certeza. Pensé que iban a haber muchas más preguntas que las que en verdad hubo.
Y a medida que fui encontrando mi voz para poder decir eso, se fue también sociabilizando, porque al principio yo era una especie de tartamuda emocional, me costaba mucho articularlo. Y después fue como “soy mujer, ¿querís conversarlo? Conversémoslo”. Empecé a generar una especie de canal directo entre mi certeza que es interior y cómo yo la podía sociabilizar. Entonces sí, marcó una diferencia en mi vida, que vino acompañado de un cambio de nombre, pronombre, una exploración de cómo yo expresaba visualmente el género. También el inicio de tomar hormonas, que generó un cambio en mí no solamente a nivel físico, también interno.
—¿Cómo fue recibido en tus entornos?
—Lo recibieron de distintas maneras y eso es muy hermoso porque los entornos responden a sus propias creencias. Hay entornos más rígidos, hubo entornos que tenían expectativas amorosas que yo no iba a empezar cumplir, hay entornos a los que les dio lo mismo y sienten que sigo siendo la misma persona. Cada persona lo recibe como lo puede recibir y según sus propias creencias, expectativas, manejo cultural.
Hubo personas que no sabían lo que era ser trans y yo no las puedo culpar porque la palabra “transgénero” apareció tarde en mi vida también. Yo podía decir “soy mujer” siempre, pero ser trans lo descubrí hace unos 10 años, Antes yo sabía que habían homosexuales, travestis, personas afeminadas, hombres y mujeres, pero no sabía que había personas transgénero.
—¿Cómo crees que eso define la identidad?
—Nombrar es clave. Somos personas que trabajamos a nivel visual, textual y emocional con el lenguaje, o con los lenguajes, y la cuestión de nombrar ha sido siempre un acto mágico. En la medida que nombramos algo, eso aparece. Quiero decir que los proyectos cuando tienen nombre empiezan a ser.
La otra vez leí que en el Imperio Romano a los niños no se les ponía nombre hasta que tenían como 12 años, porque existían tantas posibilidades de que se murieran antes, que no existían, no eran, tenían que pasar la prueba de la infancia y después empezar a ser con un nombre. Y entonces creo que la palabra transgénero ayuda mucho a explicar la experiencia.
La palabra trans la empecé a ocupar hace poco, yo le dije a mi psicóloga “soy mujer”, lo mismo a mi mamá, a mis hermanas, pero eso no se explica tan bien.
Yo soy mujer
En el verano Ariel Richards terminó una novela autobiográfica sobre su tránsito. Aunque novela entre comillas, porque es un texto narrativo, pero no con la estructura clásica de novela.
Para Ariel escribir requiere de tiempo. Por eso en diciembre renunció a su trabajo como editora en Revista Paula, en enero y febrero se dedicó a escribir demasiado, y en marzo entró al Doctorado en Arte de la Universidad Católica. Ahora está editando y yendo a clases.
Al Doctorado quería entrar desde hace tiempo. “Y creo que una vez que inicié mi tránsito, se empezaron a despejar ciertas cosas en mi vida y sentí que era un buen momento para hacerlo”. El año pasado se dedicó a leer y este año se atrevió a ser una estudiante en pandemia sabiendo que sería online. Pero gracias a eso ha podido conocer a gente muy interesante y de diferentes lugares, y ya tiene a una amiga del doctorado.
Volvamos al libro. Mezcla su biografía con arte, y Ariel quiere que se publique a fines de este año o el próximo. “Es un texto autobiográfico que tiene como protagonistas a mi mamá y a mí. En el fondo es sobre nuestra relación y cómo la cuestión de mi propia feminidad fue empezando a aparecer a lo largo de toda mi vida, desde que yo era chico, antes de ser mujer o antes de empezar el tránsito. Siempre he sido mujer. Entonces es sobre cómo se fue manifestando esta identidad femenina mía en distintos episodios y momentos”.
—Dijiste “siempre he sido mujer”, explícame lo que crees con eso.
—Ser una mujer transgénero involucra procesos distintos a haber nacido como una mujer biológica. En el fondo, cuando las guaguas nacen, declaran su género según sus genitales. Y se les asigna un rol social, expectativas, nombres a propósitos de sus genitales. Pero la identidad de género es más compleja que la genitalidad. Entonces, yo no nací con vagina, pero he sido mujer siempre y como se me asignó un rol masculino tuve que vivir una vida y escuchar que era un hombre. Pero eso no era así. Siempre tuve la certeza interna de que soy una mujer, pero me pasé toda la vida repitiéndome que no era, porque eso es lo que me enseñaron.
Las mujeres biológicas no tienen que asumir que son mujeres, no tienen que declararlo… son. En cambio, las mujeres transgénero tenemos que vivir un proceso como de descubrimiento, de que lo que se nos asignó no es lo que nosotras somos, tenemos que sociabilizarlo, hacer un cambio de nombre, de género, y después incorporarnos a la parte social.
—¿Qué significa ser mujer?
—El otro día le pregunté eso a una amiga y me respondió algo tan lindo. Yo no sé si podría definirlo en una palabra, sé lo que es, pero no sé si lo podría definir. Y le pregunté a una amiga y ella me dijo: “Ser excelente” jajajaja. Y me encantó la respuesta, porque en el fondo la evade, pero también la responde.
En mi interpretación del ser excelente, supongo que es ser tu mejor versión. Supongo que los hombres tienen que superar algunas dificultades en cuanto a su identidad que las mujeres no tenemos que superar. Se espera de las mujeres que seamos buenas en aspectos más humanos que los hombres, supongo. Los hombres tienen que tener buena performance laboral, en la cama, tienen que ser proveedores, fuertes, enfrentar bien los aspectos de la fuerza física y esas son puras construcciones, porque quizás hay hombres que no tienen por qué hacer eso y qué lata ser hombre así.
Pero lo que se espera de las mujeres me encanta porque es que seamos buenas madres, buenas amigas, comprensivas, amorosas, conectadas con nuestros sentimientos, sensibles, fuertes. Y todas esas expectativas que existen sobre el género femenino me parece que están asociados a valores más humanos, emocionales, que supongo que es lo que nos hace falta como sociedad-
—Entonces, ¿te gustan esas expectativas de ser mujer?
—Sí, me gustan esas expectativas asociadas a la sofisticación emocional porque me parece que es justamente lo que de los hombres no se espera y lo que los encarcela y que es muy difícil de habitar. Aun cuando me considero muy feminista, creo que las expectativas y la construcción de ideales femeninos, más allá de la belleza física, a nivel emocional me parece que está bien. Me parece que las mujeres somos seres muy profundos emocionalmente y que tenemos una sensibilidad que juega a nuestro favor.
Las olas son las mismas
El año 2016, Ariel, con su anterior nombre, publicó Las olas son las mismas en la editorial Los libros de la mujer rota. Cinco años después lo relanza siendo Ariel Richards. Esa es la primera razón por la que quise hablar con ella y de la última que conversamos.
En este relanzamiento cambió el género de la narradora principal, agregó un horóscopo y un prólogo. Durante este año, Los libros de la mujer rota decidió publicar sólo a mujeres. Eso lo vuelve más significativo para Ariel. Esto se une a una reapropiación del texto: “Una vez que empecé a sociabilizar mi tránsito me empecé a alejar de la autoría de ese texto, me sentía lejos. Sentía que lo había escrito cada vez menos yo y todavía me siento lejos, pero la reedición y la posibilidad de escribirle un prólogo y hacer algunos cambios al interior, me hicieron acercarme al texto y recuperarlo a nivel autoral de alguna manera”.
—¿Por qué la reedición de tu libro salió con tu nombre anterior tachado y no borrado, por ejemplo?
—Fue una discusión que tuvimos con los editores y con algunos amigos. Y borrar ese nombre significaba de alguna manera tratar de deshacerse de él y esos 37 años anteriores a iniciar mi tránsito público igual son constituyentes de lo que quién soy ahora. Y a mí me gustan. Me dolieron, lo pasé mal, no fueron los mejores años, pero fueron importantes y me parece que tachar ese nombre hablaba mejor de ese proceso de tránsito para un libro que ya había sido publicado con ese nombre antes, que tenía un pasado. Me pareció que era reconocerlo y sutilmente decir que ese nombre ya no era y que había otro nuevo. Y la diseñadora fue muy talentosa y muy sensible.
Alguien para el lanzamiento del libro dijo algo muy lindo: “El nombre no está tachado, sino que parece enmascarado por la portada de ahora”. Me pareció muy linda esa lectura, es como si detrás de lo actual estuviera mi pasado, y eso literalmente es así.
El horóscopo que agregó pertenece a Aries. Ariel es Aries, pero no es por eso que esté en la novela: “Aries es la primera casilla de la rueda zodiacal. Antes de Aries no había nada y cuando aparece y echa a andar la rueda del Zodiaco, está sola en el universo. Todavía no hay signos. Es el único signo del Zodiaco que ha experimentado la soledad absoluta. Nadie ha experimentado la soledad como Aries y este es un libro sobre la soledad, dentro de otras cosas, entonces me parecía que el personaje que estaba en Nueva York no podía ser de otro signo. Todo está elegido por algo”.
Ese personaje de Nueva York se llama Juan, al igual que su antiguo nombre. Le pregunté si era ella y me dijo que sí y no. “Juan era todos los aspectos míos que se negaban a ser sociales, amorosos, parte de una relación. Era la parte mía que se aislaba, que era tímida, para dentro, triste, melancólica. Cuando presentamos el libro en 2016 nos dimos cuenta que Juan no habla nunca, sólo escribe. Y eso representa”.
—¿Te sigue gustando el libro?
—Sí y no. Me da pena la persona que escribió ese libro y el personaje con que se identifica porque es un personaje demasiado solo. Entonces me gusta a nivel estético, encuentro que está lindo y cumple. Pero a nivel emocional es un ejercicio que pone en texto una experiencia de soledad con la que ya no me identifico. Entonces, me da pena.
—¿Y por qué agregaste el prólogo?
—Tenía muchas ganas de escribir y publicar algo nuevo. Estaba ansiosa de publicar como Ariel y sentía que la novela necesitaba una entrada que fuera brutalmente honesta porque está entre el filo de la ficción, la no ficción, la autoficción. Todos esos juegos espejo que pueden ser superinteresantes para una persona que estudia literatura, pero en verdad son aburridos para todo el mundo, entonces quería algo que fuera brutalmente honesto, mío, sencillo, fácil de leer, identificable. Me pareció que no quería agregarle cosas a la novela, que ya estaba en su ley, sino que quería escribirle un texto aparte que la presentara en primera persona y a propósito de mi propia experiencia, entonces, necesitaba nivelarla con algo mío.
—¿Por qué contaste las cosas que cuentas en el prólogo?
—Porque sentí que estaban orbitando en torno a la escritura y publicación de la primera versión de la novela, porque sentí la necesidad de contarlas, hilarlas… eso fue lo que más disfruté. Eran cosas que se repetían en mi pensamiento, que me daban vueltas, pero que estaban desarticuladas. Por ejemplo, la carta que le escribe Pollock padre a Pollock hijo la leí, no sé po, hace 20 años. O ese diálogo que tiene el primer llamado transatlántico me daba vueltas hace tiempo.
Está el tiempo como factor atravesando todos estos eventos. Y algo más que el tiempo tenía que articularlo, que creo que era yo: tenía que pasar por mí y leerlos e interpretarlos, darles un sentido, una genealogía, esto vino primero y esto después: me demoré tanto tiempo en leer la carta de mi papá, nunca leí la carta que me mandó el chico de la dedicatoria… y eso era hacer un ejercicio de tejido.
—¿Sigues sin leer la carta?, ¿la vas a leer?
—Creo que la voy a leer. Creo que le voy a mandar el libro nuevo y para eso necesito leer su mail para saber en qué parada está él y para pedirle su dirección…