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¿A qué jugabas cuando eras niña?

¿A qué jugabas cuando eras niña? Esta pregunta nos obsesiona, y tiene que ver con la idea de que, de que nuestras inquietudes verdaderas se manifiestan de alguna forma desde que somos niñas, y suelen tener relación con aquellos intereses más definitivos en la adultez.

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¿A qué jugabas cuando eras niña? Esta pregunta nos obsesiona, y tiene que ver con la idea de que, de que nuestras inquietudes verdaderas se manifiestan de alguna forma desde que somos niñas, y suelen tener relación con aquellos intereses más definitivos en la adultez.

La niña que fuimos no desaparece de un día para otro y aparece automáticamente una mujer, siempre queda algo de esa niña en nosotras, y más aún, lo que vivió esa niña se reflejará de manera consciente o inconsciente en la adulta de hoy.

Esos juegos pueden delinear de alguna manera nuestro destino en su estado más puro, por eso nps parece tan importante poner atención y potenciar los intereses de las niñas y niños de nuestras vidas, hij@s, sobrin@s, hij@s de amig@s y fomentar su creatividad y sus habilidades. Seguro que será una valiosa inversión para el futuro.

Acá compartimos algunos de los juegos de nuestra propia infancia y también los de algunas de nuestras entrevistadas en todo este tiempo –porque siempre les preguntamos a qué jugaban–, hay algunos muy divertidos, otros muy tiernos. ¿A que jugabas tú cuando niña?

DANIELA PAZ, periodista
Como con mi hermano tenemos extraños 11 meses de diferencia de edad, él era mi mejor compañero de juego. De todas formas vivíamos en una calle donde éramos varios cabros chicos. El juego que más me acuerdo, y que no era el clásico jugar al pillarse, a la escondida o a la pinta, era uno que claramente no tenía nombre, pero recordando se debería haber llamado la “princesa amnésica”.

El juego consistía en que yo era una princesa y era muy bacán, de la realeza del país, supongo. Entonces de repente me golpeaba la cabeza y se me olvidaba todo lo que era. Mi hermano, lo que tenía que hacer, era volver a pegarme en la cabeza para que recuperara la conciencia y el recuerdo y ser la princesa, entonces yo corría por todos lados, tratando de que no me pegara porque era feliz como era.
Bueno era un juego un poco bruto, pero es el más gracioso que recuerdo.

ELEONORA ALDEA PARDO, diseñadora
Siempre fui una niña indoor. Mis dos hermanos eran mucho mayores que yo, así que no tenía partners para ir a jugar a la plaza o a la calle. Quizás si no hubiera sido el conchito y la única mujer no habría sido tan sobreprotegida y me habría lanzado sola no más, o quizás tampoco tuve el impulso… no sé. El tema es que en mi infancia no hay historias de rodillas rotas, árboles escalados ni paseos en bicicleta.

Mis recuerdos de juegos son principalmente 3 cosas: jugar a la secretaria o vendedora, escribir cuentos o dibujar historietas, y jugar a las barbies. Listo. Puras cosas que no necesitaban de otras personas, y tampoco mucho movimiento. Parece súper fome, pero yo lo pasaba chancho.

Amaba ir al supermercado y comprar talonarios de Vale Por, timbres, o sobres. Amaba los lápices, todo tipo de lápices y tintas y gomas y papel papel papel. Andaba por la casa con un bolso en el que guardaba todos mis lápices, cuadernos y artículos de oficina, y me instalaba en cualquier lugar a armar mi “lugar de trabajo”. Algunos días era dueña de una tienda, otros era una secretaria. Y en los días especialmente creativos inventaba historias teleseriescas tanto escribiéndolas como actuándolas con mis barbies.

Es chistoso porque el día de hoy tengo un proyecto de diseño de papelería y en mis tiempos libres escribo. De alguna manera, siempre seguí jugando a mi juego favorito.

UZO ADUBA, actriz, Orange Is The New Black
Uy, ¡tenía una imaginación salvaje! ¡Todavía la tengo! (risas). Inventaba juegos, ¡qué no inventaba! Tomaba una tiza, y en vez de sólo dibujar una casita o un globo frente a mi casa, ¡me tomaba todas las cuadras de mi barrio y construía pueblos enteros durante horas! Tu sabes, jugaba con mis amigos que querían empezar a pintar conmigo y dibujaban un par de casas, pero después de una hora ya estaban listos, ¡y yo seguía! Y me decían, ¿no quieres venir a saltar la cuerda o hacer otra cosa? y yo, ¡no! ¡Podemos construir la ciudad entera! ¡Y después construir un país! ¡Y después…! (risas).

LALA, periodista
Con mi hermano nos llevamos por un año y siete meses, así que todos mis recuerdos infantiles lo consideran a él como parte fundamental. Teníamos miles de juegos, desde salir al patio a buscar la puerta que nos llevaría a Arcadia (quedábamos mal después de cada capítulo de Espartaco), tirarnos en su camión Goliat calle abajo, pasearlo en el coche de mis muñecas (y moríamos de la risa porque se desarmaba el coche y mi hermano arrastraba todo su pañal por el suelo), jugar a los superhéroes (paño de cocina como capa y nos tirábamos a la cama desde un mueble, hasta que nos pilló mi abuela).

Pero había un juego absurdo que disfrutábamos tanto, y era jugar a los gimnastas olímpicos. Si hoy tuviéramos esa edad, seguro jugaríamos a ser Tomás González, pero a fines de los 80 no me imagino quién habrá sido nuestro referente inspirador. El juego consistía básicamente en correr por el pasillo y hacer piruetas sobre la cama de mis papás. Nos caíamos, seguíamos de largo, nos pateábamos la cara sin querer, pero lo pasábamos chancho. Ese juego sobrevivió cambios de casa, de pieza, y fuimos nosotros quienes jubilamos la última cama con catre de madera de mis viejos porque, ya casi adolescentes, seguíamos jugando y, obvio, rompimos varios palos. De ahí venía la segunda parte que era sacar el colchón e ir a clavetear los palos para que no nos pillaran. Obviamente eso sucedió igual, nos retaron y ese fue el principio del fin de los gimnastas.

De ahí compraron un box spring que era más alto, con mi hermano crecimos y los gimnastas evolucionaron a piruetas de equilibrio, donde mi hermano me sostenía con sus pies en mi guata.

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PUNKY MARTINEZ, diseãndora
Cuando tenía como 7 años vi en las noticias algo que me impactó. Resulta que había gente que vendía autoadhesivos para niños, pero en verdad eran drogas. Con los años entendí bien la noticia, obviamente era la típica gente que la pillan en el aeropuerto con alguna cosilla encubierta, pero para mí oírlo fue algo demasiado tremendo, porque pensaba que eran los mismos que se vendían en todas partes y me sentía absolutamente vulnerable a que alguien pudiese regalarme una de esas cosas a mí o a mi hermano y que, de sólo verlos, podíamos ser víctimas de la droga, cosa que a mis tiernos 7 años tampoco alcanzaba a entender muy bien, pero me daba un pánico atroz. La cosa es que como yo veía que a nadie parecía importarle mucho la noticia, decidí tomar el toro por las astas y encontrar yo misma la manera de que todos estuviesen enterados y así nadie corriera peligro. Entonces inventé una revista como excusa para publicar la noticia, que se llamaba Noticia Simple que vendía en la liebre del colegio a sólo $50.

Mi papá que fue el gran apoyo para que yo pudiese llevar a cabo mi revista, porque para tener varios ejemplares necesitaba una fotocopiadora, una corchetera, cantidades industriales de stick fix y muchas hojas tamaño oficio en donde pegaba noticias y recetas recortadas de otros diarios, puzzles hechos por mí y las diagramaba combinándolas con algunos dibujos, para que luego mi papá, previas instrucciones mías, se las llevara a la oficina para fotocopiarlas y corchetear las páginas.

Al final, logré hacer ese número donde publicaba mi noticia importantísima y otros varios más, con un éxito comercial que me dio suficiente plata para comprarme un helado Coné afuera del colegio todos los días, y en las buenas semanas hasta para un Chocolito, lo cual me hacía sentir toda una empresaria.

ALEYJETS, directora audiovisual
Me dejaba caer en un sillón de espaldas, mi cabeza colgaba y miraba el techo. Al rato, y con un poco de concentración, imaginaba que ese techo, era el suelo.

Una vez que en mi mente el mundo giraba, me imaginaba caminando por el techo, teniendo que levantar los pies para entrar a una pieza y no tropezarme con el marco de la puerta. Caminar entre medio de las luces atornilladas al techo. Soplar las telarañas de las esquinas, esperando que ninguna araña me saliera persiguiendo.

Luego me imaginaba qué pasaría si saliera de mi casa, ¿me iría volando hacia el cielo en una caída libre? ¿Llegaría al espacio? ¿Cuándo el mundo volvería a su gravedad original?

Entonces la sangre me había llegado a la cabeza y me levantaba. Por momentos me dolía la presión en la cara, pero al rato se me pasaba y me quedaba con mi aventura al revés.

SUR, licenciada en letras
Cuando llegaban las vacaciones estaba todo el día en la calle… andando en bicicleta, jugando tenis, manguereándome e incluso cocinando. Iba a la plaza, a comprar el pan, a comprar alpargatas a la zapatería del barrio con mis amigos cuando ninguno debe haber superado los 10 años.

Era rico ir a la plaza toda la tarde, jugar a la escondida, armar clubes que no servían para nada, tirarse en el pasto largamente. Salir de la casa en la mañana, volver a almorzar rápido para salir otra vez hasta que la tarde veraniega diera paso a la noche.

MAGDALENA, periodista y productora audiovisual
Definitivamente uno de mis juegos favoritos cuando chica era creerme gimnasta y pasar tardes enteras inventando esquemas con mi hermana.

Teníamos un jardín grande, así que era como un gimnasio para nosotras. Poníamos el parlante de la radio en una ventana hacia el patio y ensayábamos eternamente, creyéndonos Nadia Comaneci y Teodora Ungureanu (igual que la mayoría de las niñas que crecieron en los años 70 y 80).

Lo mejor es que teníamos unos trajes de baño fucsia con vuelos blancos en las piernas y nosotras jurábamos que eran unas preciosas mallas. Igualitas a las de las grandes gimnastas.
Como mis papás nos tuvieron súper jóvenes, muchas de mis tías tenían menos de 20 años y en los domingos de piscina gozaban entrenándonos, así que a los 4 años ya hacíamos varias acrobacias sencillas.

Cuando crecimos un poco, las dos hicimos gimnasia por varios años y competimos representando al colegio. Mi hermana fue mucho mejor que yo.. así que supongo que ella terminó siendo como Nadia y yo como Teodora.

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CHRISTINA ROSENVINGE, cantautora
Al escondite. Lo sigo haciendo.

TERI GENDER BENDER, cantautora y música, Le Butcherettes
Me gustaba jugar con mi hermano Erik. Nos inventábamos nuestro mundo propio debajo de la cama de mis padres… y en ese mundo los dos éramos rivales con poderes telekinéticos. Lanzábamos por la casa discos realmente creyendo que eran rayos de luz explotando contra las paredes.

MICHELE MONET, diseñadora
Con mi hermana en los inviernos, después de que dejaba de llover, nos poníamos nuestras botas Bubblegummers y salíamos a nuestro patio trasero con todos nuestros Playmobil, Little People de Fisher-Price y unos cuantos Pin&Pon para colocarlos adentro de unas cajas de helado y algunas tablas que encontrábamos por ahí, y los hacíamos navegar en un gran pozo color chocolate lleno de barro que se formaba después de la lluvia.

El juego sólo consistía en hacer que navegaran los monitos a quienes llamábamos “turistas” en las hermosas aguas de las Termas de Chillán. Lo divertido de todo esto es que este juego se bautizó así sólo porque habíamos visto un comercial en la tele que publicitaba las famosas termas y nosotras imaginábamos que eran así.

Luego de grande fui a las famosas termas y me reí al ver un gran hotel de lujo con pistas de esquí que no tenían nada que ver con el pozo color chocolate de mi patio trasero donde se almacenaba la chatarra de mi casa.

MARIANA Y PUNTO, periodista
Yo me acordé de que mi obsesión de niña era jugar con lápices. Pero no con lápices como si fuera una librería o como si trabajara de secretaria (cosa que también hacía, obvio), sino personificar a los lápices como si fueran humanos.

Ni idea de en qué momento se me ocurrió, pero supongo que lo hacía porque barbies habré tenido sólo unas dos (a las que corté el pelo y quedaron horribles), mi hermano no me pescaba pa jugar con él y sus miles de autitos (aunque sí me prestaba un par -viejos- para mi propio juego con lápices) y playmobil tuve más pero tampoco tantos, en cambio lápices tenía muchos entonces podía armar verdaderas teleseries (parece que no me dejaban ver mucha tele), involucrar hasta multitudes en ciertas ocasiones, y por el tamaño cabían en todas partes, entonces podía armar las locaciones como debajo de la silla del escritorio que siempre era la casa más bacán, aunque todo ocurría obviamente más en exteriores.

Miraba un lápiz e inmediatamente podía calificarlo como hombre o mujer (por el color, y aunque normalmente sólo usaba lápices mina de colores, un lápiz bic con tapa era evidentemente una mina con cola de caballo), o si era adulto o adolescente o niño según el tamaño.

También tenía mi protagonista favorita, que era el lápiz naranjo que había sido usado muy poco, y que era una heroína colorina, una especie de Claudia di Girolamo de mis historias, o más bien como la protagonista de una película que vi mil veces cuando chica (sobre una persecución de una china de ojos verdes, que acabo de cachar que se llama Big Trouble in Little China y que la protagonista colorina que encontraba linda parece que era ¡¡Kim Cattrall!! ) o la pendeja colorina de los Goonies.

Así estaba yo tarde enteras, la única lata que me daba era ordenar después todos los lápices desparramados por la pieza y desarmar todo el cuento.

JO JIMENEZ, ilustradora y artista visual
Soy la menor de tres hermanas y, en ese entonces, nuestra diferencia de edad se notaba mucho. Mientras yo jugaba con muñecas, mis hermanas eran unas adolescentes que hacían otras cosas, así que la mayoría del tiempo jugaba sola.

Esto nunca fue problema porque mi imaginación me mantenía en constante juego: saltaba por mi casa evitando tocar el piso, porque “era lava”, pasaba horas en el árbol de Navidad con mis monos y los adornos jugando a que escalaban hasta la punta del árbol cual Everest, bailaba y cantaba mucho, jugaba horas con Polly Pockets, me encantaba jugar con agua y llenar los juegos de tacita que después ponía en una bandeja y botaba a la alfombra a propósito (a mi mamá no le gustaba tanto este juego jejej)… También andaba siempre con mis cuadernos y lápices de colores, lista para dibujar en cualquier lado. Hasta el día de hoy tengo guardados mis cuadernos con cómics, mis propios diseños de ropa, etc.

CAMILA LE-BERT, dramaturga
A ser hippie con la Dani, mi prima. Fumábamos cigarros de harina y nos poníamos faldas largas.

ANA PAULA, gestora cultural
El “Sitio Do Pica Pau Amarelo” (Sitio del Pájaro Carpintero Amarillo) es el mayor clásico de la literatura infantil brasileña. Contaba la historia de una pareja de hermanos que vivían con su tía en una casa en el interior de Brasil, cercados por personajes encantados y demasiado entretenidos, como la muñeca de paño Emilia, muy picarona y que hablaba hasta por los codos. Emilia tenía el “polvo de pirlimpimpim”, tipo de arena mágica que transportaba a todos a los lugares más fantásticos que uno puede imaginar.

Cuando niña, con mis amigas en el colegio agarrábamos una goma de borrar y la frotábamos contra el piso de cemento, haciendo que se desmigara. Las migas eran guardadas cuidadosamente en bolsitas plásticas, y a partir de ese momento, se transformaban en nuestro polvo de pirlimpimpim. Lo guardábamos con mucho cariño, y a la hora del recreo, salíamos al patio y nos tirábamos el polvo mágico, viajando a donde quisiéramos, transformándonos en quien se nos ocurriera, un juego de fantasía demasiado entretenido y que tengo en mis mejores recuerdos de infancia.

CARODU, periodista
Unas ollitas celestes, platos naranja, juguera, batidora, tazas moradas, cucharas celestes que venían en el mismo juego que las ollas, tapas blancas. Esa información sale rápidamente de mi cabeza cuando me pongo a pensar en mis amados artículos de cocina que usaba cuando niña.

Partí sirviéndole tecito transparente a mi familia, y cocinando una que otra tortilla de aire. Cuando acumulé harta loza, me lancé con un restorán, y contraté a mi vecino Francisco como garzón, aunque no teníamos muchos clientes. Y después de cada jornada, lavaba imaginariamente mis platitos y los guardaba en una bolsa de plástico, hasta el día siguiente.

Mi momento de mayor felicidad fue cuando para una navidad me llegó una cocina de madera, preciosa, con detalles rojos. Era tan linda, casi de mi porte, como si fuera de verdad. Podía preparar varias cosas a la vez, y las ollas funcionaban a toda máquina.

Pero no todo fue felicidad. En una ocasión, vi que en la vereda fuera de mi casa había un montón de arena, de esa que se usa para hacer cemento. Parecía ser el ingrediente perfecto, y salí con mis ollas celestes para llenarlas de esa harina gris. Mi mamá me pilló y se enojó mucho, me dijo que la arena estaba sucia, que podía tener pichí de perro y que fuera inmediatamente a lavarme las manos, y que me iba a botar las ollas. Es uno de los momentos más tristes que recuerdo. Lloré tanto, con tanta pena. Mis ollitas. Me acuerdo y me tirita la pera.

No sé por qué mi mamá le puso tanto color. La cosa es que antes que una bruja, es una madre, con un corazón rosado y grande. Al día siguiente vi que me había lavado las ollitas y me devolvió la felicidad.

Qué habrá sido de mi loza. Creo que olvidé lo que pasó con ella. Me tinca que la regalamos, o capaz que quede algo todavía guardado en un cuartucho en el patio de la casa de mis papás. Lo único que sé es que después de desprenderme de ella, nunca más disfruté tanto cocinar.

MALLORY KNOX, periodista
Con los amigos del barrio hacíamos hartas maldades, una de ellas era colocar una caja en la mitad del pasaje, por donde transitaban autos y personas, la amarrábamos a un hilo transparente y nos poníamos en el patio de mi casa donde había una pared de enredaderas y plantas para que no nos vieran de la calle. Cuando pasaba alguien comenzábamos a mover la caja y la gente se asustaba, había personas que salían corriendo

PATY LEIVA, diseñadora y directora de Zancada
Pasaba mucho rato recortando las cosas que me gustaban de las revistas Vanidades de mi mamá y a dibujar vestidos en papelitos como de 2 x 4 cm con los que después hacía “desfiles” para mí misma.

Pero mi hermano –3 años y medio menor que yo–, era mi mejor compañero de juegos, y entre los muchos que inventamos, me acuerdo que me gustaba jugar a la escuelita.

Le pedía a mi mamá que me comprara cuadernos con listas de verdad en la librería, yo era la profesora, y hacía montoncitos de libros en filas (los pupitres), y los alumnos iban desde mis barbies hasta mis peluches y claro, mi hermano, que era el alumno más alto y desordenado.