por Fernanda Fierro
Con el primer capítulo de la serie de Damon Lindelof, The Leftovers, sentí un amor a primera vista. Todo lo que vi me recordaba a Lost; conexiones, inconexiones, imágenes y situaciones que te dejan pensando una hipótesis para intentar explicar qué es lo que estás viendo o hacia dónde pretende ir la historia. La nostalgia es un excelente arma para atraer espectadores y caí.
La mano de Lindelof se nota en el planteamiento de la historia, basada en el libro de Tom Perrotta que lleva el mismo nombre. El 2% de la población desaparece y nadie sabe o puede explicar el cómo y por qué a los que quedaron, ni la ciencia ni la religión.
Y en esto justamente se supone que se centraría la historia, en los que quedaron. Qué pasó con ellos, cómo reaccionan y cómo siguen viviendo, esa era la premisa. Pero lo que me atrajo a la serie, fue lo mismo que la debilitó, el sello de Lindelof y esas ganas de siempre dejar todo en la intriga y lo inexplicable (como un oso polar en una isla).
El 7 de septiembre HBO transmite el final de la primera temporada y ya confirmó una segunda temporada para The Leftovers, una oportunidad para volver a la premisa inicial de la serie y aprovechar las excelentes actuaciones de Justin Theroux y Cristopher Eccleston que han logrado sostener la historia.
Me gustó pero no creo que haya conseguido crear ese ambiente enigmático de Lost. Esta historia se enfoca demasiado en la pérdida pero no busca resolver qué pasó con ese 2% de la población, y creo que ahí estaría el encanto.
Creo que tiene muchísimos ingredientes de los que no ha sacado partido, entonces luego los olvidas facilemente y sólo y sigues pendiente de lo cotidiano.
Saludos.